Llegado el mes de mayo, se me vienen a la cabeza inevitablemente los años de mi niñez, aquellos preciosos años...
Recuerdo que al salir del colegio, por supuesto corriendo para ser el primero que atravesaba el cancel, iba camino de mi casa con una sola cosa en la mente: terminar de hacer mis deberes para bajar a la calle con mis amigos y preparar nuestro paso de Cruz de Mayo.
Aquello era algo muy especial, entrañable. Nuestra parihuela estaba hecha de palés de los que se utilizan en las obras para amontonar ladrillos; un trozo de retal, comprado por una de nuestras madres en Las 7 Puertas o en El Kilo, hacía de faldón; una cruz, igualmente hecha por tablones, con su respectiva toalla a modo de sudario se erguía sobre una falsa peana; unas velas, de las que se utilizan en casa cuando se va la luz, y unas margaritas amarillas, que florecían junto a los matorrales que crecían en mi barrio, servían como lumbre y exorno floral. Y por supuesto, el radio casette con marchas procesionales.
Precisamente el pasado sábado, paseando por la zona del Salvador pude presenciar el paso de la Cruz de Mayo de la Hermandad de Nuestra Señora del Rocío, y comenzaron los recuerdos.
Obviamente, todo estaba mejor preparado que los que mis amigos y yo montábamos: contaba con un pequeño cortejo de chiquillos, "aguaó" para los costaleros e incluso banda, en este caso la infantil de la Centuria. Magnífica forma de educar el oído de los más pequeños, con marchas clásicas que destilan aroma cofrade.
Los cofrades más "puritanos" lo llaman jugar a los pasitos. Yo, cuidar de las tradiciones y educar a los que serán el futuro de nuestra Sevilla y sus hermandades.
Pepe Cruz
@desemanasantabl
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